El virtuosismo es contagioso. Al menos, eso debieron de pensar los contemporáneos de Franz Liszt que lo acompañaron a los conciertos que ofreció Niccolò Paganini en la Ópera de París allá por 1831. En ese momento, Liszt era un joven de 19 años que, escuchando al mejor violinista de todos los tiempos, se conjuró para emular en el piano las increíbles dotes artísticas del italiano.
Paganini (Génova, 1782-Niza, 1840) fue un niño prodigio que tuvo una exitosa carrera profesional, especialmente a partir de los 45 años, cuando alcanzó fama internacional. Aunque hoy día se sigue especulando con una posible influencia del diablo en su exitosa trayectoria, lo cierto es que Niccolò fue un músico muy bien dirigido por su padre y educadores, así como un trabajador incansable y con enormes cualidades como intérprete y compositor.
El maestro italiano probablemente padecía un síndrome de Marfán o una enfermedad de Ehlers-Danlos o ambas patologías a la vez, lo que le conferían un aspecto un tanto desgarbado y diabólico por su altura, delgadez, longitud de extremidades, nariz alargada y visible escoliosis. Quizás, los larguiluchos dedos y la elasticidad de las articulaciones característica de estas enfermedades (parecen de goma), facilitaron el desarrollo de sus cualidades interpretativas con los instrumentos de cuerda, ya que además del violín tocaba la viola y la guitarra.
La maestría y el virtuosismo de Paganini fue descomunal en su tiempo. Sus recursos técnicos le permitieron tocar de memoria (habilidad que puso de moda), leer partituras a primera vista, improvisar obras tanto suyas como ajenas, extender la tesitura del violín, interpretar pasajes vertiginosos con dobles y triples notas así como dobles armónicos, explotar las posibilidades de tocar con una sola cuerda e incorporar técnicas como stacatto (notas cortas y separadas), pizicatto (pellizcar cuerdas) con la mano izquierda, ricochet (rebotar en las cuerdas con el arco) y la scordatura (modificación deliberada de la afinación para superar pasajes de difícil ejecución), entre otras. El hecho de que Paganini innovara al violín con tanta destreza, combinado a las habladurías de que sus vecinos nunca lo oían ensayar y a su aspecto físico que atribuían a ser hijo de bruja y de diablo, contribuyeron a la fama de haber pactado con Lucifer. De hecho, cuando falleció en Niza, localidad en esos tiempos perteneciente a Italia, la Iglesia no permitió que fuese enterrado en tierra santa por esta razón.
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Al igual que Pietro Locatelli y Giuseppe Tartini tuvieron una influencia importante en la música de Niccolò Paganini, el músico de Génova inspiró el trabajo de otros compositores como Berlioz (solo de viola de Haroldo en Italia), Liszt (Estudios de ejecución transcendental según Paganini), Brahms (Variaciones sobre un tema de Paganini) o Rachmaninov (Rapsodia sobre un tema de Paganini), entre otros, lo que demuestra la significativa repercusión del genovés.
En estos días de confinamiento estaba programado en el Auditorio de Murcia el Concierto para violín y orquestan número 1 en Mi bemol mayor de Paganini y por ello hoy les propongo su audición. Formado por tres movimientos, es una obra que contiene la teatralidad, el lirismo y el virtuosismo propios de la escena operística combinando fragmentos rítmicos con bellas melodías muy del gusto del oyente. El primer movimiento es Allegro maestoso y está salpicado de la magia interpretativa del compositor. El Adagio espressivo que lo sigue comienza con un emocionante preludio orquestal seguido de un precioso fragmento lírico y cantabile. El concierto finaliza con el Rondó (Allegro spiritoso) donde les resultará muy familiar el ágil stacatto seguido de un segundo tema que evoca la gentil seducción del Don Giovanni de Mozart.
Espero que pasen un agradable rato entre diabluras.