Ya puedes descargar, imprimir y construir tu propio violín.

En 2011, el violinista folk Mark O’Connor fue invitado a participar en el evento científico internacional “POpTech”. Sobre el escenario y ante una audiencia de eminentes pensadores y especialistas en innovación, mostró uno de sus violines y fue recorriendo y explicando cada uno de los elementos con los que estaba formado. Cuando hubo concluido explicó que el instrumento que sostenía había sido fabricado hace unos 400 años, y lo comparó con otro, creación de uno de los mejores luthieres americanos de la actualidad. “Son prácticamente iguales”, concluyó. “¿Sabrían decirme algún otro artilugio (conception) creado hace 400 años o más que no haya podido ser mejorado desde entonces?”

Tras una pausa de perplejidad, algunos de los asistentes intentaron responder a la pregunta con ejemplos extemporáneos como “la rueda” “el helado” o “los palillos chinos”.

Ciertamente el guiño de O’Connor esconde alguna trampa, ya que, en realidad, la mayoría de los violines antiguos fueron modificados en longitud e inclinación del mástil a comienzos del XIX, pero realmente no es una objeción que invalide su idea: los cambios estructurales se realizaron para adaptarse a la necesidad de una mayor potencia de sonido, dado el mayor tamaño de las salas de concierto, y a la necesidad de más amplios cambios de posición y mayor rapidez para la mano izquierda que la evolución de la música exigía. Pero no serían necesarios para interpretar la misma música de entonces.

Y en el fondo todo el mundo alberga esa concepción legendaria del instrumento. Podemos visualizar el violín, (y sus parientes del cuarteto de cuerda), como la cúspide de un proceso evolutivo de búsqueda, mejora continua, pequeños hallazgos revolucionarios, que en una época determinada alcanzaron su “forma perfecta”, la combinación mágica de elementos que proporciona el más bello sonido posible, un sonido que ha llegado a adaptarse a músicas de todas las épocas y todos los continentes.

Imaginamos a artesanos cremoneses, como magos alquímicos, realizando en el mortero mezclas sin fin en busca un nuevo barniz, seleccionando en almacenes los fragmentos de madera perfectos, ajustando moldes y tallando hasta alcanzar la forma definitiva de su instrumento ideal.

Y la encontraron.

Y desde entonces los creadores de violines han intentado mejorar, o siquiera igualar ese sonido, sin conseguirlo del todo.

La última tendencia viene de la mano de los avances tecnológicos e industriales, como no podía ser de otra forma. Desde luego no creo que sea un avance que propicie la mejora en la calidad del sonido, pero sí que puedo imaginar un futuro en el que los instrumentos de nivel básico no se construyan, sino que se impriman; incluso que los pueda descargar, imprimir y montar cada uno en su casa, tal como hacemos ahora con las partituras. Y es que, en realidad, ya es posible hacerlo, y el proceso no dejará de ser cada vez más fácil, más barato, y de mayor calidad.

Vamos a ver algunos ejemplos:

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